La experiencia como estudiante de etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH) en la ciudad de México, me ha permitido reconstruir las narrativas en torno a lo que significa ser nativo en la urbe. En este sentido, me identifico nativo, de uno de los muchos pueblos originarios de este país multicultural, a quienes la población mestiza y blanca llaman “indios” producto de la herencia colonial. Este término pretende homogenizar a los grupos étnicos del país y responde a un discurso histórico social de larga trayectoria en el estado nacional.
El pueblo originario al cual pertenezco se le llama mixteco, un vocablo de herencia náhuatl que se remonta a la época prehispánica, y que se ha mantenido actualmente. Hasta hace poco, frecuentando los círculos de algunos nativos que se encontraban en situaciones diversas, me percaté que en realidad somos los Ñuu Savi. Nuestro territorio comprende tres estados de la república de México: Puebla, Guerrero y Oaxaca. Mi familia pertenece a este último estado, y sucede que el nombre de mi pueblo no aparece en su lengua de origen en el mapa.
Pueblo de Apazco. Su nombre original es Ñuu Tava, que alude la extracción de agua, en la parte llamada Sannoó Ñuu (que refiere a una parte alta).
Recientemente, comencé a trabajar en la reconstrucción de la memoria histórica de mi pueblo, como un proyecto familiar y personal, con el fin de que se conserve lo poco que les pertenece. Ser Ñuu Savi fue afortunado porque, tuve acceso a historias y enseñanzas sobre diversos aspectos de la vida, que es lo que se conoce como cosmovisión. Durante mi niñez, para mí los indios eran los que veía en las películas westerns hollywoodenses de Estados Unidos, en donde se enfrentaban a los colonos blancos. Después supe que vivían en áreas designadas, llamadas reservas.
Siendo adolescente, supe que la gente, como yo, de piel morena y oscura, cabello negro y con una cultura distinta a la cultura nacional, pertenecíamos a la categoría que llamaban “indios”. En México ser Indígena no es motivo de orgullo, ya que se tiene la idea de que pertenecen a la clase más baja de la escala social y que es un sujeto ancestral que se opone al ideal que se tiene del progreso. Hubo muchos actos y experiencias de las cuales no comprendía y no podía explicarme mi propia realidad. De eso trata el racismo, que se extiende a todas las poblaciones del país.
Pese a que en los discursos más recientes se sigue apelando que ser Indígena es motivo de orgullo, en la ciudad de México, el modelo educativo está pensado para que los sujetos-migrantes se integren, no en una relación de interculturalidad sino de aculturación, lo cual es una forma de negación de la identidad del otro. Soy uno de los miles de ciudadanos nativos que han migrado junto a sus padres, producto de la crisis económica y la precarización de la forma de vida en sus lugares de origen.
Justo en esta época en que el gobierno actual enaltece a un personaje como Don Benito Juárez, es que reflexiono en la figura del indio por excelencia de la historia de México como el baluarte del tipo de Indígena que aspiraban los ideólogos del siglo XIX; un Indígena educado y pulido con educación occidental. En las aulas de las escuelas gubernamentales, se hace de la meritocracia del personaje un modelo a seguir por parte del nativo; si se quiere ser aceptado en la sociedad, esto significa ser mestizo. Incluso entre los mismos nativos he encontrado admiración por la figura. Desde mi punto de vista, éste contribuye con la visión desde arriba por las clases dominantes, que veían al nativo como un sujeto que debía desaparecer y ser absorbido por el mestizo, más favorecido racialmente por sus ideas. En México es común escuchar de la gente la frase “mejorar la raza”, cuando se mezclan las características Indígenas con aquellas de los mestizos y blancos, como una aspiración a seguir. Esto se fomenta ampliamente en diversos espacios, y como un modelo dentro de los medios de comunicación.
Lucio Bautista López, frente a una mampara de una exposición fotográfica de la Escuela Nacional de Antropología e historia (ENAH).
También he encontrado algunas personas que buscan su ascendencia europea en las historias de sus familias, sin embargo, eso no ocurre entre algunos nativos. Resultaría muy extraño que alguien mencionara que tiene familiares que descienden de algún pueblo originario, y si lo hiciese, sería para exaltar a un tipo de ideal indígena. Sirviéndome de la idea de Williams Y. Adams, esto equivaldría al “indio desaparecido”, que es un modelo de nativo construido con el noble salvaje, un sujeto heroico, conocedor de la naturaleza y espiritualmente fuerte, retratado como un sujeto perteneciente a una edad mítica, distante y sin relación con los nativos que se encuentran asentados actualmente por todo el país. Es por esta razón que el tipo de Indígena con el cual la cultura nacional de México se ha identificado, son aquellos de las culturas precolombinas como la Maya y Azteca, principalmente.
La experiencia migratoria en México, pese a ser un país multicultural, se ve enfrentada a una lucha o disputa de forma interna para poder sobrevivir como nativo. Actualmente hay muchos espacios en los que apenas los nativos están incursionando. Personalmente, me he dado a la tarea de reconstruir mis orígenes; a través del lenguaje, me acerco a la toponimia de mi pueblo. Éste, fue un proceso de imposición junto con el racismo que obligó a muchos hablantes a dejar que la lengua se fuese perdiendo. Aún hoy en la actualidad, entre algunos nativos se dice: “todavía no puedes hablar bien”, porque el discurso que se les enseñó es que ser nativo, era sinónimo de atraso. Hace poco, en distintos espacios de mi Pueblos Indígena, recuperé la escritura como parte fundamental para cambiar la narrativa de lo que significa ser nativo en México, debido a que la visión de lo que es ser nativo, vino de afuera por mucho tiempo. En la historia oficial, no existen los nativos; sólo los Indígenas de un tiempo acaecido, cuyo mejor legado son los vestigios encontrados en los museos.
El hecho de ir recuperando las historias de mi familia en aquel paraje distante conceptualmente para mí, fue el proceso para posicionarme como nativo y asimilar esa historia que no era importante para la cultura nacional. Mi pueblo se ha encontrado con la migración desde los años cuarenta, se tiene registro del trabajo como braceros al norte y a las fincas de caña de azúcar en el estado de Veracruz en los años ochenta, a la ciudad de México en los años noventa, y recientemente, al norte del país y a los EEUU.
Ser un Ñuu Savi (Pueblo de la lluvia), ha sido una historia compleja donde dos formas de entenderse como sujeto, se ven confrontadas por las ideas de ser aceptable. Por un lado, está el discurso donde se afirma que ser nativo es motivo de orgullo y por otro se encuentra la idea de que, para ser aceptado, se debe dejar de ser nativo, como discurso implícito, del indigenismo.
México se ha ido reconfigurando a esta realidad multicultural, pero aún se encuentra bastante lejos de que esta situación se traduzca en una relación distinta lejos de la discriminación, un caso alentador está en Ecuador que en su constitución se reconoce como un estado pluricultural. Esto mejoraría por mucho la visión de ser nativo, en mi país.
--Lucio Bautista es originario del estado de Oaxaca al sur de México. Graduado de la Licenciatura de Etnología en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH), presentó una tesis conjunta sobre el pueblo originario Kichwa Otavalo de Ecuador, en el centro histórico de la ciudad de México, en 2019. Actualmente realiza una recopilación de tradición oral con miembros de su familia sobre la vida de su pueblo.
Foto: Agustín Hernández Velasco, en Santiago Ixtaltepec, Nochixtlan Oax, es un maestro del pulque, una tradicional bebida Indígena. Conservar sus tradiciones, es una forma de reivindicar su cultura.