Por Ronald José Fernández Epieyuu
Angela, una mujer Wayúu de 75 años con voz ronca y pasos lentos, corre entre los patios de su nuevo refugio hecho de bolsas plásticas y láminas de zinc que ella, su familia y sus vecinos llaman “su nuevo hogar”. Han pasado ya más de dos años desde que vinieron a la ranchería a la cual llamaron Perra’a (o Vera, un árbol común en las montañas de La Guajira). Este pequeño refugio está localizado a pocos kilómetros de Paraguachon en la carretera a Maicao, Colombia. Familias completas migran al otro lado de la frontera venezolana y colombiana en búsqueda del refugio contra el hambre y la violencia que les arrebató sus tierras ancestrales. Allí, aún sufren de hambre e indiferencia de los gobiernos de Estado que han sido impuestos sobre el territorio tradicional Wayúu.
Junto con Angela, más de 40 familias llegaron haciendo un total de 200 personas, incluyendo niños, ancianos y mujeres embarazadas, quienes, en busca de mejores condiciones de vida, ahora comparten este pequeño espacio de aproximadamente 2 kilómetros cuadrados. Sus lugares de origen son las comunidades de Calie, Caujarito y La Frontera, que están a menos de 8 kilómetros de la frontera del lado venezolano. Su objetivo después de emigrar es sobrevivir y encontrar mejores condiciones de vida de las que enfrentaron en sus comunidades de origen, en donde las fuerzas armadas y grupos militares impusieron sus leyes para despojar a los Pueblos Indígenas de sus territorios.
La nación Wayúu es una de las tribus Indígenas más grandes de Colombia y Venezuela, con más de 20 clanes. Alrededor del 95 por ciento de la población habla Wayúunaiki, y solo el 30 por ciento habla español, por lo que la comunicación se convierte en una barrera cuando se intenta acceder la educación, servicios médicos y servicios legales. Según datos del Registro Administrativo de Migrantes Venezolanos en Colombia, en el 2018, en un lapso de solo 6 meses, 74,874 migrantes llegaron a La Guajira, con un total de 26,579 que se reconocieron como Indígenas de Venezuela. No se puede determinar un número exacto debido a la falta de documentación, pero a medida que aumenta el número de migrantes, los Wayúu continúan enfrentando desafíos como la pérdida del idioma e identidad y un deterioro dramático de sus estructuras culturales.
Conocidos como la gente del sol, la arena y el viento, la nación Wayúu ha estado dividida por la frontera de Venezuela y Colombia desde principios del siglo XVIII, donde las negociaciones comenzaron a dividir la península La Guajira. Sus tierras tradicionales cubren aproximadamente 23,000 kilómetros cuadrados, de los cuales el 80 por ciento está del lado de Colombia y aproximadamente el 20 por ciento en Venezuela. La Guajira está ubicada en la parte norte de Colombia y al noroeste de Venezuela en el estado de Zuila. Aunque es conocido como La Guajira en el idioma Wayúunaiki, la palabra Guajira no existe y se conoce entre la Nación Wayúu como Woumainru´u. La palabra se originó de Goahire, o Goshire, que en Wayúunaiki significa "tierra barrida por el viento" y fue usada por primera vez en los mapas españoles de Sudamérica que fueron publicados en 1527 y 1529 en referencia al territorio Wayúu.
Los Wayúu nunca fueron subyugados por el imperio español y demostraron resistencia con el levantamiento Indígena durante el siglo XVII. Esto llevó a una disputa de la península de La Guajira que continúa entre Colombia y Venezuela hasta que ambos países obtuvieron la independencia del imperio español a fines del siglo XVIII, y la nación Wayúu se libró de ambas fronteras. Hoy en día, ocupan 6,710 kilómetros cuadrados del duro ambiente del desierto de La Guajira a través de Colombia y Venezuela.
Aunque los Wayúu pudieron lograr la auto gobernanza, han afrontado discriminación y exclusión de ambos gobiernos estatales, cada uno violando sus derechos y extrayendo materias primas de sus tierras. Su territorio ya no es el mismo; el territorio judicial y legal no tiene armonía con las costumbres socioculturales históricas de la nación Wayúu. Para ellos, el territorio no ha tenido límites, pues uno de los elementos principales de su cultura es ir y venir libremente. Sin embargo, su moderno confinamiento a La Guajira crea un desequilibrio de su espacio vital. Es parte de la tradición y la costumbre de la nación Wayúu permanecer en la tierra de manera multidisciplinaria con el propósito de proteger su linaje ancestral para sostener a las generaciones futuras.
La migrante Carmen Sapuana dice: “Cuando cruzamos hacia estas tierras, recientemente, se nos recibió bien. Pero no es lo mismo porque no tenemos lo que realmente queremos: la libertad de caminar en nuestro territorio como lo merecemos. Sé que esto es nuestro porque los límites fueron inventados por los criollos para marcar a un país del otro. Los Wayúu están dispersos en este amplio territorio que reconocemos como la gran Nación Wayúu". Sapuana agrega que su peor temor después de huir de su comunidad fue perder la esencia de lo que creó a sus hijos.
Las comunidades han dependido de la agricultura, la creación de artesanías y, en las comunidades costeras, la pesca de perlas. Sin embargo, el cambio climático ha impactado las prácticas agrícolas sostenibles con sequías, amenazando los cultivos y la deshidratación entre los animales. La comercialización de la pesca de perlas también ha amenazado la acuicultura de las comunidades. Debido a estos factores, muchos han abandonado estas prácticas tradicionales y tienen que encontrar otros medios para satisfacer sus necesidades básicas. Esto ha llevado a la criminalización y al aumento del alcoholismo, especialmente entre los hombres en La Guajira. En Venezuela, los Wayúu dependían de alimentos subsidiados por el gobierno, pero debido a la inestabilidad en el país, gran parte de esta ayuda se ha detenido, causando desnutrición en todas las comunidades. Esto ha llevado a muchas familias a abandonar sus hogares en Venezuela en busca de una vida mejor en Colombia, con la esperanza de regresar algún día.
Aprender a vivir juntos no ha sido fácil, y existe un gran deseo entre los migrantes Wayúu de regresar a sus países de origen y vivir como solían hacerlo. Recuerdan lo difícil que ha sido cambiar inesperadamente su estilo de vida, y esto hace que su anhelo de regresar a sus tierras ancestrales se multiplique. "Quería ser enfermera y sacar adelante a mis hijos, pero aquí estoy", dice Paola Vanesa González. "No tengo nada. Solo el deseo de seguir viviendo y la fe me ayudan. Estamos seguros de que algún día esto mejorará. Venezuela nos duele porque nacimos y crecimos allí, pero nuestros recuerdos se quedaron”.
Llegar a este nuevo hogar ha obligado a los migrantes a despegarse de muchas cosas que los arraigaron en sus territorios ancestrales, en lugares sagrados como cementerios, conucos (pequeñas parcelas de tierra que cultivan los Indígenas) e incluso sus recuerdos de la infancia. González, de 29 años, dijo que siente que está viviendo en un vacío después de abandonar su territorio y todo lo demás. “Dejamos muchas cosas que queríamos; nuestra casa, nuestros animales. La gente aprovechó eso debido a nuestra ausencia. También dejé a mi abuela de 72 años. La dejé porque ella no quería venir, y nos dijo que no había suficiente espacio aquí para ella porque está acostumbrada a lugares más abiertos como en nuestras tierras tradicionales", dijo.
Los migrantes afirman que ha sido difícil sobrevivir, y aunque afirman estar más seguros que en Venezuela, no pierden la esperanza de que llegue ese momento de regresar a su hogar, el lugar donde nacieron y que nunca quisieron dejar. Abandonar el hogar es abandonar nuestra esencia. "A veces me pregunto qué pasará con nosotros", dice Ángela. ¿Nos acostumbraremos a este lugar? O tal vez algún día volveremos a casa. Realmente no sé si llegaré a ver ese día, o tal vez sean mis hijos o los nietos de mis hijos. No lo sé; solo Dios sabe lo que sucederá".
- Ronald José Fernández Epieyuu (Wayúu es Becado del Proyecto Jóvenes Indígenas en Medios de Comunicación Comunitaria de Cultural Survival. Es periodista comunitario de Utay Stereo en Guajira, Colombia.
Foto superior: Migrantes wayúu de Venezuela, sobrevivientes en la ranchería Perra’a, cerca de Maicao, Colombia.