Josevata Nagasaukula de pie en la costa en rápida erosión de Namatakula. Foto de Salote Soqo.
Josevata Nagasaukula y yo caminamos por la costa occidental de su pueblo, Namatakula. El pueblo se encuentra a unas 54 millas al suroeste de Suva, la capital de Fiji, alberga aproximadamente a unas 2500 personas, y corre el riesgo de sufrir una emergencia sanitaria. “La provincia vecina fue la más afectada por la enfermedad”, dice en su dialecto nativo mientras caminamos hacia la aldea. "Tenemos la suerte de que no nos vimos tan afectados". Nagasaukula no se refería al COVID-19 en este caso. Hablaba del brote de sarampión en las provincias vecinas de Serua y Namosi. En noviembre de 2019, el brote fue declarado epidemia nacional en Fiji. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha advertido que un brote de sarampión en un país que experimenta un conflicto o un desastre natural podría ser fatal.
Epidemias como estas no se limitan a Fiji. Las naciones insulares del Pacífico de Samoa, Tuvalu, Kiribati, Papua Nueva Guinea y las Islas Marshall también están manejando una serie de brotes virales que incluyen sarampión y dengue y, más recientemente, COVID-19. El coronavirus se mencionó por primera vez en los medios de comunicación del Pacífico a principios de febrero. El virus aún no se había nombrado y parecía afectar únicamente a China, Italia y los cruceros en Japón. A principios de marzo, Tuvalu, una nación soberana de ocho islas atolones, implementó una política para prevenir la introducción de COVID-19 en la población de aproximadamente 10,000 personas. La misma semana, las islas Marshal, con alrededor de 53,000 residentes, suspendió todos los vuelos internacionales hacia y desde el país. Para proteger sus aproximadamente 300 islas con una población combinada de 900,000 personas, el gobierno de Fiji monitoreó a todos los visitantes y se preparó para limitar y, eventualmente aterrizar todos los vuelos internacionales. A principios de abril, líderes de las islas del Pacífico invocaron un mecanismo regional, la declaración Biketawa, la que estableció un proceso humanitario para que las naciones respondan colectivamente a la pandemia.
El COVID-19, el sarampión y el dengue no son los únicos riesgos que enfrentas las islas de Pacífico. Estas naciones insulares emiten colectivamente menos del 1% de los gases de efecto invernadero del mundo; aun así, experimentan desproporcionadamente los impactos de la crisis climática. Hay 20 naciones insulares soberanas en el Pacífico, las que incluyen entre 20,000 y 30,000 islas cubriendo más de 16 millones de millas cuadradas del Océano Pacífico. La región posee una de las culturas únicas y más ricas en biodiversidad del mundo, con más de 1,500 idiomas Indígenas hablados. Solo Papúa Nueva Guinea es el hogar de más de 800 idiomas Indígenas, más que la mayoría de los otros países en el mundo. La lejanía de esta constelación de islas dentro del hemisferio sur coloca a la región en una clara ventaja sobre el COVID-19. Sin embargo, las masas de tierra relativamente pequeñas, con poblaciones en aumento, incrementan la susceptibilidad de la región a los efectos multiplicadores de las epidemias de sarampión y dengue, la pandemia del COVID-19, y los brutales impactos del cambio climático.
Daños sufridos por Narikoso Village, Kadavu, en Fiji. Foto de Kelepi Saukitoga.
La infraestructura limitada, los ecosistemas sensibles, el aumento de la degradación de la tierra y la dependencia de los recursos naturales para la subsistencia económica ponen a las naciones insulares en mayor riesgo. El aumento de la temperatura del océano y del nivel del mar, y la intensificación de los desastres naturales plantean serias preocupaciones a muchas comunidades, en particular a las que atraviesan dificultades económicas y sociales. Los agricultores y pescadores de subsistencia, los habitantes de las zonas rurales con acceso limitado a los recursos - tales como las mujeres, los niños y las personas con discapacidades, - están en riesgo en tiempos de incertidumbre. "Estas situaciones ya estresantes, combinadas con el embate de un desastre natural severo, sin duda, crearán otra capa de injusticia para los grupos ya marginados dentro de nuestra sociedad", menciona Fenton Lutunatabua, director gerente regional de 350.org, un asesor local del Comité de Servicio Unitario Universalista (UUSC). "Es importante recordar ahora que tenemos que seguir dando prioridad a la salud y al bienestar de las personas, especialmente en cómo nos recuperamos de esto, para crear comunidades más fuertes y construir solidaridad a través de las fronteras".
En medio de la pandemia, el ciclón tropical Harold, una tormenta de categoría 5, descendió sobre la región, desarraigando la vegetación, los hogares y las comunidades. Obligados a vivir en los escombros, los sobrevivientes se vieron privados de alimentos y agua potable. Al igual que otros desastres naturales, la gente se congregó en centros de evacuación y refugios comunales por seguridad, una decisión que se comparó con éxito con las recomendaciones de distanciamiento social. Según los informes, se perdieron unas 30 vidas. Las medidas implementadas para detener la propagación del virus COVID-19, como la restricción del transporte en ferry entre islas, la suspensión de vuelos internacionales y el despido de trabajadores humanitarios extranjeros, hicieron que el suministro, y la prestación de ayuda de socorro y recuperación fuera un desafío, dejando a las comunidades afectadas en situaciones terribles. En los últimos cinco años, el Pacífico ha experimentado otros dos ciclones mortales de Categoría 5: el ciclón Pam en 2015 y el ciclón Winston en 2016. El ciclón Winston es el ciclón más fuerte registrado en tocar tierra en el hemisferio sur.
Esta narrativa refleja una fracción de los problemas que enfrentan los socios de la UUSC a nivel de base, donde varios riesgos continuos y traumas históricos se cruzan, y se sienten de manera aguda. En Tuvalu, la Red de Acción Climática de Tuvalu (TuCAN), la que consta de líderes comunitarios de base, está trabajando para involucrar a las comunidades en sus ocho islas sobre los riesgos inevitables del desplazamiento, y la sensible decisión de migrar o no. Este trabajo se está realizando a medida que el aumento del nivel del mar continúa inundando hogares y agotando los recursos limitados. Dentro de sus respectivas comunidades, nuestros socios trabajan diligentemente para proteger sus prácticas y tradiciones culturales, aprovechando sus valores para adaptarse en el lugar. En las Islas Marshall, la Sociedad para la Conservación de las Islas Marshall proporciona a los líderes comunitarios herramientas científicas para informar las decisiones sobre la reubicación y la promoción de políticas, al mismo tiempo que lucha contra la escasez de alimentos y agua, las inundaciones y los impactos de las pruebas nucleares. En Fiji, donde el gobierno ha identificado 63 comunidades que necesitan reubicarse debido a los impactos del cambio climático, nuestro socio, el Programa de Educación para el Empoderamiento Social (SEEP por sus siglas en inglés), está organizando a varias de estas comunidades para concretar políticas de reubicación, y al mismo tiempo elevar la sensibilización sobre el COVID-19 en zonas rurales. El reconocimiento, el respeto y la promoción de los derechos tradicionales y culturales se entretejen a lo largo de todo este trabajo.
La confluencia de estas crisis es innegablemente desastrosa. Sin embargo, he sido testigo de la determinación de nuestros socios y la comunidad del Pacífico de trazar su propio camino, actuar y adaptarse. Exudan coraje y fuerza y me recuerdan que son firmes, y continuarán con su importante trabajo. El ingenio y la adaptabilidad de nuestros socios en el Pacífico es lo que hace que nuestros socios sean únicos y verdaderamente inspiradores. Representan y sirven a las comunidades que han luchado y continúan luchando contra las amenazas a su supervivencia. Los problemas que enfrentan pueden variar, pero comparten una historia y el mandato fundamental de honrar nuestra humanidad compartida y nuestras dignidades humanas, particularmente durante este momento difícil.
Mi hijo pequeño me acompañó en mi viaje a Fiji. Fue su primer viaje a casa, un viaje que conecta su cuerpo y espíritu con sus tierras ancestrales. Mi madre envolvió a mi hijo con masi, una tela tradicional, y lo acostó sobre un arreglo de esteras ancestrales para darle la bienvenida a casa. Esta profunda práctica cultural y única en la región, no es solo una demostración de amor inquebrantable, sino un acto radical de resistencia y supervivencia mientras el Pacífico recupera a su gente y su tierra.
--Salote Soqo es un oficial senior de alianzas para Justicia Climática y Respuesta a la Crisis del Comité de Servicio Unitario Universalista. Es nativa de Fiji.
Este artículo fue escrito en colaboración con el Comité de Servicio Unitario Universalista como parte de una serie de artículos que destacan la resiliencia, sabiduría y poder de las comunidades Indígenas mientras enfrentan la crisis climática.
Para leer Una historia: un informe de la primera reunión de los pueblos sobre el desplazamiento forzado por el clima, visite visit tinyurl.com/ydyq5jtw.