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Uniendo las piezas: mi viaje por la reivindicación de la Indigeneidad

 

Tsuk wik’a. Eso es lo que mi madre solía decirme con cariño cuando yo era bullicioso de niño. Tsuk wik’a es una frase en Yowlumne que significa “quédate en silencio”. Para ser justos, yo era bastante parlanchín y, sinceramente, eso no ha cambiado mucho. Cuando mi madre me dijo tsuk wik’a por primera vez, le pregunté dónde había aprendido esa frase y me dijo que era una palabra india que aprendió de su padre. Él le decía lo mismo cuando era niña. Al crecer, se mencionó en mi familia que éramos nativos americanos o indios. Yo descartaba estas declaraciones cuando era niño porque no le creía a mi mamá.

 

Crecí en el este de Oakland, California y los únicos indios que conocía eran los que aparecían en los programas de televisión y en las decoraciones de la casa de mi abuelo. Mi madre y yo definitivamente no nos parecíamos a ellos, por lo que esta idea de la indigeneidad no parecía tangible. Mi familia no participaba explícitamente en prácticas culturales tradicionales ni parecía sentirse conectada con esta supuesta ascendencia nativa americana. Así que, como la mayoría de los niños, me obsesioné un poco y pasé a mi próxima obsesión. No fue hasta que era un joven adolescente que revisé el concepto de indigeneidad.

 

Soy Yokuts por parte de mi abuelo paterno. Él se mudó de la reserva cuando era joven para ser un jinete de toros en el rodeo. Conoció a mi abuela no nativa, tuvo hijos y se estableció en Los Ángeles, donde él y mi abuela podían mantener a sus hijos. Mi mamá pasó gran parte de su infancia en Los Ángeles lejos de la reserva. Cuando ella era una adolescente, mis abuelos se divorciaron y mi mamá y mi abuelo se mudaron a Porterville, una pequeña ciudad del valle justo en las afueras de la reserva de mi gente. Pasó su adolescencia allí, a veces adentro y a veces afuera de la reserva. Mi madre se casó con su primer marido a los 18 años y se mudó de nuevo a Los Ángeles. Nueve años y cuatro hijos después, se mudó a Oakland a finales de los 90 y me dio a luz.




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Foto: Quinton Cabellon posando con sus collares durante la recepción de apertura de una exposición del museo donde se exhiben sus joyas.

Cuando yo tenía unos 13 años, estaba decidido a llegar al fondo de todo este asunto de "ser indio". Comencé a hacerle preguntas a mi mamá y nuevamente me obsesioné. Quería saber quiénes y de dónde era nuestra gente y cuál era nuestra cultura. Preguntaba “¿qué es una reserva y por qué está nuestra gente allí?”. Mi mamá podía responder algunas de estas interrogantes y otras no. Aprendí que ella se crió en aspectos de nuestra cultura; sin embargo, también fue apartada de ella y de nuestra gente durante largos períodos de su vida, lo que provocó estas brechas. Además, como mi abuelo, tuvo que decidir entre permanecer cerca de la reserva o buscar más oportunidades para ella en otro lugar. Eligió lo último.

 

Mi primera experiencia estando inmerso en la comunidad de mi gente vino cuando tenía 14 años. Me mudé a la Reserva India Tule River para el verano. Fue un ajuste, por decir lo menos, ya que me mudé de la ciudad a las estribaciones rurales de las montañas de Sierra Nevada. La vida en el campo era dura para un citadino como yo, pero resultó ser una de las experiencias más reveladoras y disfrutables de mi vida. Pude conectar con miembros de mi familia que nunca había conocido y experimentar la tierra en la que mi gente había estado viviendo desde 1873, cuando la reserva fue establecida por orden ejecutiva del presidente Ulysses S. Grant. Hasta ese verano, la idea de ser un nativo parecía un cuento familiar descabellado con el que ponía los ojos en blanco. No tenía idea de que mi familia y yo estuviéramos conectados a una comunidad más grande con una cultura y tierras prósperas. Tras mi regreso de ese viaje, me di cuenta de dos cosas: la primera, le debía a mamá una disculpa por dudar de ella sobre que nosotros éramos Indios. Segundo, soy Yokuts y un descendiente de la tribu India Tule River. 

 

Mi sed por comprender mi indigeneidad se intensificó en cuanto regresé al Área de la Bahía, aunque sentía que estaba paralizado. Internet solo podía llevarme hasta cierto punto para responder a mis preguntas y ya no estaba dentro de mi comunidad en la reserva, donde podía encontrar respuestas para as preguntas que tenía. Además, enfrenté un inmenso síndrome del impostor con respecto a si tenía o no algún derecho de reclamar mi muy nueva indigeneidad encontrada. No crecí en la reserva, no fui criado ni tenía raíces en mi cultura. Mediante estos sentimientos perseveré y continué con mi viaje a la reconexión. 

 

Un día, mientras estaba en la escuela, un miembro del personal me contó sobre una pasantía de verano para jóvenes nativos mediante The Cultural Conservancy. No sabía si yo era “lo suficientemente nativo” para calificar, pero después de unos pocos días, di un salto de fe y apliqué. Esa pasantía se convirtió en un punto de retorno masivo en mi viaje al auto descubrimiento. Pude conectarme con otros jóvenes nativos que eran y estaban como yo, reconectándose, y con otros que estaban muy arraigados en sus culturas y comunidades. Esa experiencia de pasantía fue un lugar seguro para mí, donde conocí maestros con quienes podía ser vulnerable con mis dudas sobre identidad.

 

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Foto: Tomando un momento de reflexión con el río Tule en Painted Rock, un lugar especial en la reserva india del río Tule.

Además, estaba expuesto a la comunidad inter-tribal del área de la bahía de San Francisco. Crecí en Oakland y nunca supe cuánta gente nativa vivía en el Área de la Bahía. No tenía idea sobre la historia de los Pueblos Ohlone, quienes han llamado hogar el Área de la Bahía de San Francisco desde tiempos inmemoriales, o sobre los programas de reubicación del gobierno que trasladaron a un gran número de Pueblos Indígenas de todo Estados Unidos a centros urbanos como la Bahía. Pude conectarme con organizaciones increíbles como Intertribal Friendship House y American Indian Child Resource Center. Estas organizaciones fueron decisivas en el crecimiento de mi conexión con mi herencia y también en mi crecimiento como persona. Mediante Intertribal Friendship House, pude unirme a su Consejo Juvenil Nacional y ayudé a planear la conferencia juvenil anual. El personal de American Indian Child Resource Center me ayudó con mi proceso de solicitud universitaria. Estas organizaciones me ayudaron a tener un sentido de pertenencia en la comunidad nativa de Bay Area. Me acogieron y me recibieron donde estaba, y por eso estaré eternamente agradecido. Me alejé de una mentalidad deficiente y reconocí la abundancia que estaba justo frente a mí. 

Durante mi época en la carrera de Estudios Nativos Americanos en la Universidad de California Davis, yo leía y escribía sobre cuán resilientes son los Pueblos Indígenas. Contra ola tras ola de ataques coloniales, los Pueblos Indígenas pudieron permanecer, resistir y prosperar. Leer relatos de cómo otras comunidades y pueblos perseveraron y mantuvieron su cultura me obligó a pensar en cómo se veía eso para mi familia y para mí. Durante mucho tiempo perpetué la narrativa de que mi familia estaba muy desconectada de nuestra gente y nuestra cultura. Me veía a mí mismo como el producto de una línea familiar despojada de su comunidad, adoptada y adentrada en la cultura estadounidense más amplia.

En realidad, el hilo que me conectaba a mis ancestros estuvo presente en cada momento, cuando mi mamá me decía que guardara silencio. Fui tan rápido para identificar las cosas que pensaba que faltaban que me perdí de la cultura y valores tradicionales que mi mamá me inculcó, los cuales estaban justo enfrente de mí. Los valores de reciprocidad, parentesco e intuición tenían significados culturales matizados de los que nunca me di cuenta. Entrelazados a lo largo de mi infancia estaban estos fragmentos de conocimiento resiliente que muestran que las conexiones pueden perderse, pero que nunca desaparecen del todo. Cuando se notan estas conexiones, nos llevan de regreso a ese lugar sagrado de conexión con nuestros parientes, comunidad y antepasados.

-Quinton Cabellon (Tule River Yokuts) es un artista y educador comunitario del este de Oakland, California. Tiene una licenciatura en Estudios Americanos Nativos de la Universidad de California Davis. Actualmente trabaja para una organización sin fines de lucro para la alfabetización y educación de adultos en Oakland.

 


Foto superior: Quinton Cabellon y su madre compartiendo un momento durante una visita a la reserva india del río Tule, California. Todas las fotos son cortesía de Quinton Cabellon.

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